Enrique Villacís

Cofundador de ENSUSITIO

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La arquitectura cotidiana de El Cairo entre mercados y mezquitas

Alrededor de la una de la mañana en El Cairo, y pese a la oscuridad de la noche, todo se siente amarillo. Llegar a una ciudad de 9 millones de habitantes con un aeropuerto que mueve 3 millones de personas diarias es sobrecogedor, abrumador, o como diría Lovecraft describiendo a los que acechan en la noche, indescriptible e innombrable. En la penumbra, ya en la habitación de un hotel que algún lejano día tuvo su esplendor, puedo ver a lo lejos, escondida tras la siempre presente niebla, a la Gran Pirámide de Giza.

La ciudad implacable devora casi todo a su paso, el desierto hace resistencia, el turismo hace lo suyo y la esfinge por ahora solo observa. Alrededor de los lugares históricos siempre se está trabajando en restauración y arqueología, uno se saca el polvo del pie y encuentra vestigios: Sakkara —la pirámide escalonada —siempre está con andamios gigantes en madera seca, vieja de tanto caminar y esperar un nuevo descubrimiento para que cada puntal pueda descansar. El calor es sofocante en El Cairo, y si bien la memoria colectiva lo asocia a las pirámides y la esfinge, su vida respira desierto, diversidad, turismo, comercio y religión.

Cosiendo Egipto con el Nilo

Después de compartir un tiempo en tierras egipcias me es imposible recordarlo sin la omnipresencia del río Nilo. Desde el aire ya se muestra y de alguna manera marca un recorrido en el país: sobre el gran delta del Nilo están situadas las ciudades de El Cairo y Alejandría, tiene una longitud de 6.853 kilómetros siendo el segundo río más largo del mundo, tras el Amazonas.

Nasser Bayumi, mi amigo en el Cairo, logró embarcarme en la noche a un bus local hacia Luxor. Tardamos mucho en encontrar la estación, pues esa zona de la ciudad es particularmente confusa para el tráfico. Antes de embarcar en el bus, tuve la oportunidad de caminar por un gran puente que salta el Nilo y cose al Cairo. En esta corta caminata nocturna uno podría sentirse no tan lejos de casa al ver la publicidad global: Messi en su gran partido de fútbol o la canción Despacito y su “cantante” presentando su “show” el fin de semana, o el río Nilo lleno de luces invitando a ser navegado en sus barcazas turísticas.

Casi atrasado, pero ya en el bus, sentí nuevamente lo lejos de casa que me encontraba, pues incluso los números de los asientos estaban en lengua árabe, pero al mismo tiempo también me sentí cerca de casa puesto que al ser un bus popular tenía similares características a los de un transporte ecuatoriano, es decir, mucha gente, asientos sobrevendidos, vendedores, charlatanes y paradas a cada cuadra.

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El susurro de la tierra en Siwa, un oasis egipcio

Todo Egipto 'faranóico' y turístico está plagado de intensidad, todo está en venta y todo es regateable. Llegar al oasis de Siwa es literalmente llegar a un oasis: el calor es infernal y en promedio en esta época del año —Agosto— la temperatura llega a 50°C pero se equilibra con la frescura de su gente, té, tabaco y túnicas blancas. Acá no existe el regateo y el tiempo camina paso a paso sin sobresaltos ni apuros. Existe mucho que visitar, sin embargo no hay presión, pues los lugares simplemente están ahí, y son vividos, tanto así que uno puede pasar la noche en la Vieja Siwa —ruinas de la antigua ciudad— sin peligro ni apremio, bajo la luna y acompañado por el frescor de la altura, de la noche y la brisa (al azif) del desierto y en verano.

Cuenta la historia que Alejandro Magno visitó el Oráculo de Siwa para reafirmarse como Faraón antes de emprender su campaña en Persia y después fundar Alejandría. Una leyenda, transmitida por el historiador griego Heródoto, narra que el rey Cambises II de Persia (524 a. C.) envió un ejército de 50.000 soldados para atacar a la población del oasis, pero desapareció en medio de las arenas del desierto dejando solo un susurro, al azif.

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