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Arquitectos: DEB, El Equipo Mazzanti
- Área: 61 m²
- Año: 2022
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Fotografías:Monica Barreneche
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Proveedores: Taller de Ensamble

Descripción enviada por el equipo del proyecto. Un parque que protege, conecta y revela: la Ciénaga de Mallorquín se convierte en la nueva frontera viva entre ciudad y naturaleza.


En la frontera líquida donde el río Magdalena se funde con el Caribe, Barranquilla se reencuentra con su paisaje natural a través de un proyecto inédito en Colombia: el Ecoparque Ciénaga de Mallorquín, diseñado por DEB y El Equipo Mazzanti. Encargado por la Alcaldía en 2019 como parte del Plan de Recuperación Integral de la Ciénaga, el parque surge con un objetivo doble: proteger los manglares de la invasión urbana y, al mismo tiempo, abrir un horizonte público de convivencia con la naturaleza.


Concebido como borde protector, el ecoparque actúa como límite físico y simbólico que detiene la expansión de asentamientos informales sobre el humedal, pero que al mismo tiempo se abre como frente público para la ciudad. Diseñado como continuidad del Gran Malecón y del proyecto de Puerto Mocho, el parque desarrolla una identidad propia que celebra la naturaleza a través de la arquitectura. Sus senderos y circuitos evocan las huellas de los pescadores que durante generaciones han recorrido la ciénaga, restableciendo la relación entre ciudad, agua y playa.



El recorrido se despliega a lo largo de siete kilómetros, en los que una secuencia de gestos arquitectónicos propone nuevas formas de habitar el ecosistema. Pasarelas y estructuras sobre el agua evocan el movimiento de las raíces del manglar, generando la sensación de caminar sobre un bosque anfibio. Plataformas flotantes de entre 4 y 18 metros de diámetro funcionan como islas verdes para eventos comunitarios y culturales. Plazas sobre pilotes se convierten en zonas de comercio y descanso, mientras que un muelle con piscina —alimentada con agua filtrada de la propia ciénaga— invita a nadar, descansar en hamacas suspendidas o embarcarse en pequeños paseos turísticos. El trayecto culmina en un gran círculo sobre el agua, convertido en centro de estudios biológicos de la Universidad Simón Bolívar, acompañado de restaurantes y espacios culturales.

La materialidad fue clave en el planteamiento arquitectónico. Por exigencia de la CRA (Corporación Autónoma Regional del Atlántico), todas las estructuras debían levantarse sin concreto. Se eligió madera inmunizada, hincada en pilotes de hasta 45 metros de profundidad para garantizar la estabilidad en un terreno de mareas cambiantes. Con un mantenimiento mínimo —pulido, protección de anclajes y refuerzos puntuales—, la vida útil de estas estructuras se estima en más de 60 años. Además de responder a criterios de sostenibilidad, esta decisión recupera la tradición caribeña de la arquitectura costera en madera, inscribiendo la innovación contemporánea en la memoria cultural del territorio.


Recorrer el ecoparque es en sí mismo una experiencia transformadora. Tener a disposición un lugar que nace dentro del manglar y lo rodea como valla protectora cambia por completo la percepción de este ecosistema, muchas veces estigmatizado por sus olores o su condición inhóspita. Para hacerlo habitable, se implementó un sistema biológico de bacterias que neutraliza el olor característico, revelando el papel esencial de los manglares como filtros naturales de carbono, refugio de biodiversidad y barreras contra la erosión costera. Caminarlo es un ejercicio de reconexión: correr al amanecer como terapia, practicar yoga al aire libre, asistir a un concierto flotante o simplemente contemplar un atardecer caribeño desde un ángulo inédito. Cada espacio ofrece su propio ritmo, entre la intensidad del movimiento y la serenidad de la contemplación.

El impacto urbano ha sido inmediato. Donde antes había tala ilegal, rellenos y tráfico de drogas, hoy se despliegan actividades deportivas, culturales y de bienestar que han resignificado la relación de la ciudad con su ciénaga. El ecoparque no solo ha transformado la manera en que los barranquilleros perciben el manglar, sino que también les ha otorgado un renovado sentido de pertenencia y orgullo por la innovación urbana de su ciudad. Barranquilla se proyecta así como un referente nacional en regeneración ecológica y diseño de espacio público, con un modelo replicable en otros bordes costeros del trópico.

Más que un parque, la Ciénaga de Mallorquín es ahora un manifiesto urbano: una obra que demuestra cómo la arquitectura puede reconciliar ciudad y ecosistema, comunidad y paisaje, memoria y futuro.






















