La arquitectura humana y del territorio de Carme Pinós

En ocasiones la arquitectura se presenta como objeto de responsabilidad, como un ejercicio de reconocimiento de su autoría, con el objetivo de definirla y delimitarla. Nos urge la necesidad de saber quién fue su autor, de reconocer a quien fue capaz de la realización de tales invenciones. Otras tantas veces, la arquitectura no reclama la presencia de responsable alguno; de ahí que se hable de arquitectura anónima o “arquitectura sin arquitectos”, es decir, una arquitectura meramente popular. En el caso de Carme Pinós, inevitablemente, lo construido habla de quién lo construyó. Su arquitectura deja entrever la energía que emana de su persona. Una arquitectura vibrante, directa, tensa; recorrida por una continua agitación que la domina. En ella, los elementos están en continuo movimiento de una forma totalmente infundada, no por su propia virtud.

Ese territorio inexplorado que Carme Pinós recorrió, con tanto entusiasmo, junto con Enric Miralles en aquella lejana década de 1980, sigue hoy siendo su dominio, su terreno, su patria. Una arquitectura que no tiene límites, que aspira a convertirse en geografía, que se expande sin frontera alguna. Esquemas lineales, perfiles trazados discontinuamente, un lenguaje casi fragmentario. Todo ello englobado dentro de una forma de hacer que jalona y delimita el paisaje, casi intentando atrapar el aire, y dotando a la obra de referencias que nos hablan de sus gentes. Las arquitecturas de Carme Pinós son, ante todo, señas de identidad de su persona; nada tienen que ver con aquella arquitectura anónima que se mencionaba al comienzo de estas líneas. El drama de su arquitectura es que, en último término, la presunta universalidad con la que quiere dotar a su arquitectura —esa condición anónima— nunca es tal; tomándose, como mencionaba anteriormente, como una expresión de su apasionada persona.

Escuela-Hogar en Morella [1994]. Image © Duccio Malagamba

En su formación —inseparable de la de Enric Miralles, arquitecto con quien compartió su vida y labor profesional hasta 1991—, existieron elementos culturales y geográficos que asentaron una serie de ecos y resonancias sobre los que ha llevado a cabo una investigación continua y que dotan de coherencia a su obra. Nos referimos a esa herencia de la Escuela del Vallès, la cual cautivó también a Miralles y a muchos otros arquitectos catalanes; una reivindicación del diálogo con el todo: con el tiempo, con las sinergias de la naturaleza, con la materia, con las personas; relaciones que definen la sensibilidad con la que aborda los proyectos todavía a día de hoy.

Paralelamente, dentro de esa formación continua iban surgiendo lecturas de los maestros del movimiento moderno, mostrando una explícita afinidad hacia algunas obras de Louis I. Kahn o Le Corbusier, de los cuales se evoca el lirismo de una gramática sutil y audaz de las geometrías, las líneas y las densidades de la luz; o hacia las atmósferas nórdicas, tanto en el tratamiento del espacio interior y la cultura del paisaje —con figuras como Alvar Aalto, Erik Gunnar Asplund y Sverre Fehn—, como en las sugerencias matéricas de diseño y detalle de Jørn Utzon y Arne Jacobsen. Se aprovechó también el ambiente cultural catalán de la época posfranquista en la década de 1980, fundamentado en la herencia de arquitectos como Antoni Gaudí o Josep María Jujol. Se sumaban autores como José Antonio Coderch o Alejandro de la Sota —ambos en continuidad dialéctica y sintonía con el racionalismo italiano—, y se aprovechaba la amistad que unía a Pinós con el matrimonio Smithson, Alison y Peter, junto con el efecto ideológico de toda la obra del Team X: arquitectura para la gente; la construcción de paisajes sociales, efímeros o conceptuales; y la adhesión hacia ámbitos colectivos de identidad y pertenencia. 

Parc de ses Estacions [Palma de Mallorca, 2002]. Image Cortesía de Estudio Carme Pinós

Pinós no persigue la ostentación de las cualidades estéticas de sus proyectos, susceptibles a la interpretación y a la profundidad: su arquitectura es más una reflexión de su imaginación que de la objetividad de la imagen. Trabaja sobre las relaciones entre las formas del espacio y los comportamientos humanos, con un innegable talento plástico y un gran dominio de las percepciones dinámicas. En sus proyectos reside la inquietud, la curiosidad de quien se apropia del espacio y del territorio mediante trayectorias impredecibles: líneas nunca rectas o frontales, espacios excéntricos y fragmentados, gestos más cercanos a la repetición de movimientos casi naturales, primitivos; similares a los de los animales, olisqueando paso a paso, registrando cada esquina y “marcándola” con un valor propio. Los espacios generados se perciben con los sentidos más que con la mente; con la pasión y el instinto más que con la racionalidad. Se presentan como un diálogo o intercambio dialéctico de valores y categorías que se compenetran y se completan —dentro/fuera, luz/sombra, material/inmaterial—, pero también como tipologías híbridas de lugares —puente/plaza, centro cívico/espacio público, edificio/cubierta— que denotan una arquitectura donde no caben teorías de referencia, sino pocas reglas e infinitas maneras de aplicarlas. 

Cementerio de Igualada [1994]. Image © Frans Drewniak [Flickr bajo licencia CC BY-NC 2.0]

Dentro de su obra encontramos periodos, etapas, hitos; pero acaban siendo sólo eso: discernimientos en el tiempo. Su arquitectura evoluciona ajena a estos cambios, inmune a las circunstancias. En su primera etapa junto a Enric Miralles, encontramos una arquitectura fiel a los principios con los que seguirá creciendo posteriormente. Una arquitectura que, ya entonces, mostraba esa concepción de relación universal donde todo se entrelaza, donde una acción rebota en otra transformándola en una nueva. Proyectos como el Cementerio de Igualada [1994], detonante de relaciones; el lugar entendido como recorrido, como un emplazamiento de cruces y encuentros. También encontramos obras como la rehabilitación del ‘Centro Social La Mina’ [1991], las instalaciones para ‘Tiro con arco’ [1992], o la Escuela-Hogar en Morella [1994]; realizaciones donde la gente se identifica no solo como parte de una comunidad, sino también como cierto sino perteneciente a una universalidad.

Paseo Marítimo Juan Aparicio [Torrevieja, 2000]. Image © Duccio Malagamba

Tras su separación y divorcio —respectivamente— de Enric Miralles en 1991, Pinós comenzó su etapa en solitario. Fue una época complicada, una década complicada; varios años en los que, apoyándose en la amistad que le unía a Juan Antonio Andreu, mostró el encomio suficiente como para implicarse en varios concursos de arquitectura, desafortunadamente poco fructíferos. No obstante, todo cambió en 1996, con la adquisición del proyecto del Paseo Marítimo Juan Aparicio en Torrevieja [Alicante], finalizado en el año 2000. Tras este proyecto, su reconocimiento a nivel nacional e internacional comenzó a asentarse, gracias también a diversas conferencias ofertadas por el austriaco Wolf Prix y a la invitación por parte del arquitecto Thom Mayne —ganador del premio Pritzker en 1994— a impartir clases en la Escuela de Arquitectura de Chicago [UIC]. Al proyecto de Torrevieja le siguieron otros, como la pasarela peatonal en Petrer [1999] o el ‘Parc de ses Estacions’ en Palma de Mallorca [2002]; proyectos que definían contundentemente un orden de valores y principios: cómo se antepone un proyecto con respecto al otro, cómo identifica y delimita su idea de espacio, y cómo acaba definiendo su innegable actitud plástica.

Edificio departamental Campus WU [Viena, 2013]. Image © Wojtek Gurak [Flickr bajo licencia CC BY-NC 2.0]

Adentrados ya en el nuevo siglo, la posición de Carme Pinós se fue haciendo más fuerte, y con ello su arquitectura. Relaciones, diálogo, historias, fluidez: son conceptos que definen y estructuran la sensibilidad con la que aborda nuevos proyectos, como el instituto ‘La Serra’ [2001], la ciudad deportiva Sarriguren en Navarra [2006] o la escuela primaria ‘Lluís Vives’ [2006]. La conjunción de escalas, el diálogo simultáneo de lo grande y lo pequeño, de la geometría más abstracta con la orgánica; se pasa del diálogo con el ser humano al diálogo con las nubes. Esto se refleja, muy claramente, en sus proyectos más recientes de torre en Guadalajara, México: la torre de oficinas Cube-I [2005] y Cube-II [2014]. No obstante, no se abandona, ni mucho menos, el diálogo con la pequeña escala, la más humana, aquella que cuenta historias. Surgen proyectos como el parque aromático ‘Torreblanca’ [2010], el CaixaForum de Zaragoza [2014] o el edificio departamental del Campus WU de Viena [2013]. Un juego de valores abstractos, de un valor casi poético, sin perder la magnitud de esas pequeñas historias que los espacios de arquitectura son capaces de generar.

Torre de oficinas Cube-II [Guadalajara, México, 2014]. Image © Jordi Bernadó

En resumidas cuentas, la obra de Carme Pinós subraya la exigencia de una arquitectura capaz de generar pequeñas historias, rituales —como ella misma afirma— que son fórmula de la mediación entre el ser humano y la naturaleza. La suya es una arquitectura que se postra ante la dimensión cotidiana del ser; que se alimenta de los fenómenos de la vida; de la condición cultural contemporánea a partir de una ética y una visión del mundo que muestran la arquitectura como elemento detonador de las relaciones entre las personas; además de entre estas y el territorio que habitan. Denota una profunda capacidad para leer, para agarrase a todos los elementos emotivos, físicos, estructurales y naturales posibles para, posteriormente, combinarlos y transmitirlos en una idea; en una “única” idea.

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Sobre este autor/a
Cita: Borja Fernández. "La arquitectura humana y del territorio de Carme Pinós" 14 mar 2019. ArchDaily México. Accedido el . <https://www.archdaily.mx/mx/911618/la-arquitectura-humana-y-del-territorio-de-carme-pinos> ISSN 0719-8914

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