En los proyectos de vivienda colectiva, apartamentos y conjuntos residenciales, las intenciones proyectuales respecto a las espacialidades o las atmósferas suelen concentrarse en los espacios donde los habitantes pasan la mayor parte de su tiempo: el interior de las unidades de viviendas y, de haberlo, los sectores de uso común –gimnasios, salones de usos múltiples, etc-. Los espacios de circulación, en cambio, son tomados como “zonas de paso”, por lo que muchas veces terminan respondiendo más a cuestiones funcionales que espaciales.
En ciudades densas, donde las construcciones suelen desarrollarse en lotes entre medianeras, la gran proximidad a otras edificaciones ya representa por si sola un gran desafío a la hora de diseñar espacios de calidad que incorporen recursos como luz natural o ventilación cruzada. Sin embargo, esta condición a veces no es la única limitante: la naturaleza múltiple y cambiante de la ciudad, en algunos casos, pueden dar lugar al surgimiento de lotes atípicos -originados a partir de propiedades que se subdividen y generan nuevas parcelas o casas ensambladas que conviven en un mismo terreno-. En general, las dimensiones reducidas y las proporciones no convencionales suelen generar interrogantes en torno a cómo distribuir el programa eficientemente para aprovechar al máximo el espacio disponible
Operar en entornos urbanos genera que, en la mayoría de los casos, debamos tomar decisiones respecto a las preexistencias materiales. El incremento en la densidad de las ciudades ha afectado directamente en el porcentaje de espacio que se encuentra libre para desarrollar construcciones nuevas e independientes, dando lugar a debates entorno a qué posición debemos tomar frente al patrimonio construido que ha quedado obsoleto -por su detrimento o por no poder responder a las necesidades funcionales de la población contemporánea-. En situaciones donde las construcciones se encuentran demasiado deterioradas o los nuevos proyectos distan mucho de las posibilidades espaciales que un edificio antiguo puede brindar, conservar únicamente la fachada -a modo de envolvente exterior, casi como un elemento epidérmico- puede presentarse como una solución parcial que permite preservar, en parte, el carácter urbano de una obra si esta posee algún valor público o cultural. La controversia surge, por supuesto, de la falta de relación o vínculo entre el interior –transformado- y el exterior –conservado-.
El foco de la arquitectura debería apuntarse hacia el bienestar de sus usuarios. Cuando se piensa en la experiencia en hospitales, clínicas, consultorios odontológicos, u otros de ese estilo, no se viene el recuerdo más grato. Gran parte de la responsabilidad de estas experiencias viene de la percepción mediante nuestros sentidos, olores específicos, los colores convencionales que se ocupan en estos lugares, e incluso los sonidos de los instrumentos que ocupan l para la salud de nuestras bocas. Sin embargo, todo esto remonta a la atmósfera que se vive en dichos espacios, y muchos de ellos carecen de un pensamiento arquitectónico detrás de su diseño.
Históricamente, los materiales pétreos les han brindado a las culturas antiguas la posibilidad de crear robustas estructuras a partir del entrelazamiento de piedras de diversas formas y tamaños. La sencillez de la técnica y la posibilidad de obtener resultados eficientes y duraderos han incentivado la transmisión de este método constructivo a través del tiempo, permitiendo el desarrollo de múltiples variaciones y reinterpretaciones arquitectónicas contemporáneas.
A la hora de diseñar locales gastronómicos, aspectos tales como la configuración de los espacios, la correcta distribución del equipamiento, la selección del material y la organización de las circulaciones, influirán notablemente en la percepción que los usuarios tendrán de los mismos. Si bien la eficiencia aparece como una búsqueda común en todos los proyectos, otras cuestiones como el vínculo con el espacio público, las atmósferas interiores o el grado de privacidad dependerán del destino particular de cada local y del público al que se encuentren destinados.
En los edificios destinados al desarrollo de actividades laborales, el correcto diseño de los espacios cumple un rol fundamental. La consideración de variables como la iluminación, la aislación sonora, la relación entre los puestos de trabajo o la altura de los espacios permite en muchos casos optimizar el rendimiento de las empresas garantizando, a la vez, el confort de sus usuarios. Los requerimientos específicos dependerán del destino del edificio, donde ciertas actividades requerirán de mayor concentración y otras, en cambio, precisarán de la interacción entre sus protagonistas, dando lugar al desarrollo de procesos colaborativos. La arquitectura deberá poder brindar soluciones a estos requerimientos considerando, incluso, la posibilidad de que las actividades se transformen a lo largo del tiempo.
El ladrillo se posiciona como uno de los materiales propios e identitarios de la cultura arquitectónica argentina y latinoamericana. La diversidad y versatilidad del mampuesto en nuestra región ha dado lugar a una gran heterogeneidad en sus usos y aplicaciones: muros estructurales, tabiques, cerramientos, tamices, envolventes, pieles, cubiertas, bóvedas, cúpulas y solados permiten visualizar la gran adaptabilidad que posee este material para adecuarse a los requerimientos particulares de cada obra.
En los países de América Latina, el método más utilizado para diferenciar un área rural del espacio urbano se basa en analizar el número de habitantes que residen en una determinada zona, considerando como “rural” a todas las localidades que posean una población menor a los 2.000 habitantes. En estos casos, la baja densidad y la dispersión de las construcciones suelen definir un predomino del paisaje natural por sobre la arquitectura construida.