Democratizar el acceso a la cultura: pasado, presente y futuro de los centros culturales

El centro cultural constituye una tipología arquitectónica que ha despertado un especial interés entre profesionales de la arquitectura y el urbanismo durante décadas. Ya sea por su programa multifacético, por su escala a menudo emblemática o por el potencial de transformar el contexto urbano en el que se inserta, se trata de un tipo de edificación que concentra una gran carga simbólica y proyectual. La amplia difusión de referencias internacionales — muchas de ellas firmadas por arquitectos y arquitectas de renombre — refuerza el aura de prestigio asociada a este programa, frecuentemente considerado un territorio privilegiado para la experimentación formal y conceptual. No es casualidad que los proyectos de centros culturales figuren entre los temas más recurrentes en concursos, exposiciones y talleres académicos.

Sin embargo, detrás de esta fascinación contemporánea, hay una historia compleja, en la cual la noción de espacio destinado a la cultura ha ido siendo redefinida hasta asumir las configuraciones que hoy reconocemos. Una continua actualización que invita a reflexionar no solo sobre el recorrido histórico de estos espacios, sino también sobre las posibilidades que delinearán su futuro.

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Reconocibles por su apertura y diversidad, los centros culturales contemporáneos albergan exposiciones, espectáculos, talleres y prácticas comunitarias en un mismo territorio. No obstante, no se trata de una tipología nueva. En términos históricos, varios autores defienden que los espacios culturales siempre han estado presentes en las civilizaciones como lugares de encuentro y conocimiento. A pesar de estar muy lejos de la denominación de centro cultural, la Biblioteca de Alejandría, por ejemplo, es frecuentemente evocada como la primera expresión de este ámbito: un complejo que reunía biblioteca, observatorios, anfiteatros, jardines y templos.


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Probablemente, se discutía cultura en la Biblioteca de Alejandría. Siempre ha habido [en la historia de la civilización humana] un espacio para almacenar las ideas, ya sea registradas en arcilla, papiro o papel.- Luís Milanesi

En la génesis del concepto es posible entender el centro cultural como un espacio para almacenar e intercambiar ideas, inicialmente materializado en instituciones como bibliotecas y teatros. Sin embargo, aunque comparten la misma raíz, estas instituciones estaban distantes de lo que hoy entendemos por centro cultural. Si para frecuentar la Biblioteca de Alejandría era necesario obtener el permiso del rey de Egipto, el acceso a un centro cultural es, en principio, libre. La diferencia esencial reside, por lo tanto, en la democratización del arte y la cultura — un concepto que solo ganó fuerza a finales de la década de 1950, en países como Inglaterra y Francia.

La valorización del ocio, entendido como una reivindicación típica de la sociedad industrial, llevó a empresas francesas a promover la creación de espacios de convivencia, deporte y sociabilidad. El reflejo de estas ideas llegó incluso a las bibliotecas y centros didácticos, transformándolos en casas de cultura. Surgieron entonces las primeras definiciones de espacios culturales, entendidos como "instituciones culturales que establecen espacios para hacer y apreciar arte, que permiten un espacio de educación informal de transmisión de contenido."

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Wintercircus Technological and Cultural Hub / OYO © Farah Lieten

En el mismo período, la función de los espacios culturales asumió contornos políticos marcados en el bloque socialista de Europa del Este. Países como la Unión Soviética, Polonia y Alemania Oriental crearon las Houses of Culture (Dom Kultury), centros estatales orientados a la difusión del socialismo y a la formación ideológica. Aunque reunían actividades artísticas, deportivas y educativas, operaban bajo un rígido control estatal. Paradójicamente, estas instituciones también ampliaron el acceso a la cultura al dejar una infraestructura que, tras la caída del socialismo, serviría de base para nuevas experiencias comunitarias.

De cualquier manera, ya sea que la cultura se presentara bajo el disfraz de la doctrina o de una forma supuestamente neutral — si es que eso es posible —, es importante destacar que, en este período, la noción de cultura pasó por una transformación: dejó de ser vista como un patrimonio fijo y pasó a ser comprendida como proceso y práctica social. El arte se desplazó del objeto al sujeto, con foco en el público y su contexto, abriendo camino para políticas de democratización cultural y para la creación de espacios orientados a la participación ciudadana.

Si en Europa del Este los centros culturales eran creados como base para una doctrina ideológica, en Francia, el ideal de cultura como derecho y participación encontró otra traducción, menos vinculada al Estado y más orientada hacia la ciudadanía. Las Maisons de la Culture buscaban descentralizar el acceso y estimular la formación cultural fuera de los grandes centros urbanos. Un ideal que alcanzó su apogeo con la inauguración del Centre Georges Pompidou, en París, 1977.

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Centro Georges Pompidou / Renzo Piano + Richard Rogers flickr Manolo Blanco

La obra de Renzo Piano y Richard Rogers redefinió el papel de los equipamientos culturales al integrar museo, biblioteca, cine y espacios de convivencia en un edificio transparente y comunicativo, que transformaba el arte en experiencia cotidiana. Su impacto derivó tanto de la arquitectura disruptiva, en contraste con el entorno parisiense, como de la innovación programática, al reunir actividades diversas en un mismo espacio fluido. La ausencia de barreras entre el público y el acervo, sobre todo en la biblioteca, refuerza esta lógica de apertura, permitiendo que el visitante explore, compare e interactúe libremente con el conocimiento.

A pesar de haber sido ampliamente criticado por pensadores como Jean Baudrillard, que lo describió como un "hipermercado cultural" que transformaba la cultura en espectáculo y mercancía, el Pompidou marcó un punto de inflexión histórico: por primera vez, la cultura atraía multitudes. Su creación tuvo un impacto global, inspirando la formación de nuevos centros culturales en todo el mundo.

En América Latina, su surgimiento coincidió con los procesos de redemocratización y con el fortalecimiento de las políticas de acceso a la cultura, resultando en espacios innovadores que rompieron con la rigidez de las instituciones tradicionales. El SESC Pompeia, en São Paulo, diseñado por Lina Bo Bardi, ejemplifica esta visión al transformar una antigua fábrica en un espacio público de convivencia, donde ocio, cultura y educación se integran de forma accesible y participativa. Esta concepción de cultura como práctica colectiva encuentra eco en otros proyectos recientes, como el Centro Cultural Lá da Favelinha, en Belo Horizonte, Brasil, o la red PILARES, en la Ciudad de México, que promueve aprendizaje, deporte y sociabilidad en comunidades periféricas. Proyectos que reafirman la vocación de los centros culturales como lugares democráticos de construcción ciudadana.

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SESC Pompéia / Lina Bo Bardi © Pedro Kok

Su forma, sin embargo, sigue transformándose y fomentando nuevos desafíos. En las últimas décadas, se observa una nueva etapa marcada por la incorporación de valores relacionados con la innovación tecnológica y las transformaciones digitales. El avance de la inteligencia artificial y de las tecnologías inmersivas ha ampliado el papel educativo e interactivo de estos espacios, transformando al visitante en coautor de las experiencias culturales. Sistemas de curaduría digital, mediaciones automatizadas y experiencias híbridas entre lo físico y lo virtual desafían los modelos tradicionales de disfrute, redefiniendo lo que significa "estar presente" en un espacio cultural. ¿Sería, por lo tanto, esta la estrategia para garantizar que estos espacios mantengan vitalidad y relevancia ante la creciente digitalización de la vida social y cultural?

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Lá da Favelinha Cultural Center / Coletivo LEVANTE. Imagen © Leonardo Finotti

Además, en el mundo actual, marcado por disputas narrativas, censuras veladas y dependencia de patrocinios corporativos, la frontera entre fomento y control, acceso y vigilancia, se vuelve nuevamente tenue. Así, el desafío contemporáneo no reside solo en mantener la democratización del acceso, sino en preservar la autonomía creativa frente a las fuerzas políticas, económicas y tecnológicas que moldean el espacio cultural. ¿De qué manera, por lo tanto, puede la arquitectura velar por la democratización de la cultura en contextos urbanos cada vez más privatizados?

Las cuestiones son muchas, pero tal vez ese sea precisamente el papel de los centros culturales: promover reflexiones. De todas las matices, es posible afirmar que el futuro de estos espacios parece residir en la capacidad de articular redes, sustentando prácticas de escucha, coautoría y experimentación, estableciendo una arquitectura que refleje su contexto y permanezca como lugar donde la sociedad ensaya, a través de la cultura, sus posibilidades de futuro.

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Chamanga Cultural Center / Munich University of Applied Sciences + Portland State University + Atarraya Taller de Arquitectura + Opción Más © Santiago Oviedo

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Sobre este autor/a
Cita: Ghisleni, Camilla. "Democratizar el acceso a la cultura: pasado, presente y futuro de los centros culturales" [Democratizando o acesso à cultura: Passado, presente e futuro dos Centros Culturais] 27 oct 2025. ArchDaily México. (Trad. Iñiguez, Agustina) Accedido el . <https://www.archdaily.mx/mx/1035013/democratizar-el-acceso-a-la-cultura-pasado-presente-y-futuro-de-los-centros-culturales> ISSN 0719-8914

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