El ruido de las conversaciones superpuestas, las luces intermitentes de una cartelera, los pasos apresurados en la acera y el constante martilleo de una obra cercana: los espacios públicos a veces se perciben como entornos donde los estímulos se acumulan y con frecuencia nos sobrepasan. Cada persona percibe y responde a estos impulsos sensoriales de manera distinta, y reconocer la neurodiversidad significa comprender que algunos individuos requieren más tiempo para adaptarse, recorridos a ritmo más lento o interacciones más graduales con su entorno. Estos encuentros plantean preguntas fundamentales sobre el espacio público contemporáneo: ¿cómo puede acoger la diversidad de formas en que las personas lo perciben y lo habitan? ¿Cómo podemos imaginarlo como un espacio que abraza todas las maneras de experimentarlo?
Para establecer un punto de referencia, es importante señalar que el concepto de neurodiversidad surgió en la década de 1990, marcando un cambio respecto a las perspectivas centradas en déficits o patologías y orientándose hacia un marco que reconoce diversas formas de pensar y de experimentar el mundo. Esta perspectiva cuestiona los supuestos bajo los cuales se conciben la mayoría de los espacios construidos, diseñados generalmente en torno a un “usuario promedio” cuyas respuestas se consideran lineales y predecibles.
¿Cuál es un posible camino a seguir? Una opción es ampliar la perspectiva sobre las rutas de acción que un entorno ofrece a sus habitantes, estableciendo un punto de partida en el que estas posibilidades no sean neutrales ni fijas, sino más bien ambivalentes, dependiendo de las capacidades y modos de percepción de cada individuo. De esta manera, un mismo espacio puede generar distintas respuestas, según cómo se procesen los impulsos sensoriales.
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Un diseño revela su propósito y sus posibilidades a través de la interacción con quienes lo habitan; no posee un significado fijo. Cada usuario interpreta y utiliza el espacio de manera distinta, modulando sus acciones según sus capacidades y su forma particular de percibir el mundo. Esta idea, que sitúa la interacción humana en el centro de la experiencia, fue formulada en la década de 1960 por James J. Gibson bajo el concepto de affordances. Desde esta perspectiva, un mismo espacio puede invitar a comportamientos distintos según cómo sea percibido y utilizado.
La relación entre la neurodiversidad y las affordances sugiere un diseño que no busca homogeneizar la experiencia, sino abrir múltiples formas de habitar un espacio. El mismo parque, plaza o elemento de diseño puede resultar intuitivo y estimulante para algunas personas, mientras que para otras puede ser confuso, abrumador o limitante. El concepto de affordances nos invita a concebir espacios capaces de adaptarse a distintas formas de ser habitados. En la práctica, esto implica estrategias flexibles que atiendan la diversidad cognitiva y sensorial, enriqueciendo la variedad de experiencias y alejándose de modelos homogéneos, acelerados e hiperproductivos, generando oportunidades para la exploración, la pausa y el descubrimiento.
El diseño de entornos inclusivos para la comunidad neurodiversa se basa en estrategias que modulan la experiencia sensorial. Áreas con niveles de ruido controlados, iluminación ajustable y estímulos visuales claros favorecen la orientación y el bienestar, mientras que transiciones olfativas sutiles evitan la saturación y mantienen la concentración. La flexibilidad de uso (uno de los siete principios del diseño universal) facilita el desplazamiento por los espacios, permitiendo alternar entre pausas, movimiento y distintas formas de interacción, en contraste con distribuciones rígidas y uniformes.
Recursos como la señalización inclusiva también apoyan a los usuarios al incorporar elementos como pictogramas, ayudas visuales y auditivas, colores contrastantes y recorridos claramente definidos. Los espacios de regulación emocional, con rincones verdes y áreas de descanso, invitan asimismo al reposo y a la autorregulación sensorial. Todo esto se desarrolla dentro de un marco temporal adaptable, ofreciendo trayectorias que incluyen pausas, recorridos más livianos o alternativas que respetan los distintos ritmos de exploración, haciendo que cada experiencia sea más manejable.
Diseñando con la comunidad: hacia una práctica colaborativa
Más allá de las estrategias ofrecidas por la práctica arquitectónica y el conocimiento desarrollado en disciplinas como el diseño inclusivo, la neurociencia y la pedagogía, la multidisciplinariedad y la colaboración con la comunidad se convierten en un eje esencial para definir la forma más adecuada de implementación. Esta interacción permite integrar conocimientos situados, reconocer necesidades específicas y enriquecer el proceso mediante las experiencias directas de quienes habitan los espacios. Como resultado, los proyectos se vuelven más sensibles, pertinentes y sostenibles. Lejos de ser una respuesta unilateral, el proyecto evoluciona hacia un proceso compartido.
Un ejemplo de práctica colaborativa con la comunidad proviene de Johnston Architects (JA). Con el objetivo de apoyar mejor a las personas neurodiversas, presentaron una propuesta de financiamiento para establecer una colaboración con el Summit Community Center de Seattle. La iniciativa involucrará a más de 300 personas neurodiversas, recopilando sus aportes para explorar el potencial de los espacios públicos desde la perspectiva de quienes los utilizan.
La iniciativa combina la participación comunitaria, la experiencia clínica y pruebas iterativas para desarrollar enfoques de diseño que respondan a las necesidades de las personas neurodiversas. Los arquitectos, en colaboración con el Summit Community Center de Seattle, involucrarán a los participantes mediante grupos focales, recorridos y mapeo sensorial, con el fin de recopilar datos cualitativos sobre puntos de estrés como iluminación excesiva, control acústico deficiente, distribuciones desorientadoras y fricciones sociales relacionadas con la ausencia de rutinas predecibles o zonas de refugio.
Diseñar para la inclusión en este contexto requiere una colaboración que va más allá del campo de la arquitectura y el proceso se estructura para integrar el conocimiento experto directamente en la práctica del diseño. Para fundamentar las decisiones en perspectivas clínicas y experienciales, Johnston Architects trabajará con enfermeros especializados cuya formación se centra en las realidades de las personas neurodiversas, ayudando a interpretar cómo los factores ambientales influyen en el bienestar. Las respuestas de diseño serán prototipadas, evaluadas y refinadas mediante pruebas en entornos reales, evaluaciones estructuradas postocupación y paneles de revisión participativos. Se espera que el proceso culmine con el desarrollo de métricas y directrices transferibles, reforzando la responsabilidad ante la comunidad y contribuyendo a una comprensión más amplia del diseño inclusivo para personas neurodiversas.
El objetivo de la iniciativa es traducir la investigación basada en el lugar, enraizada en la colaboración con el Summit Community Center y personas neurodiversas de la región del Pacífico Noroeste de Estados Unidos, en estrategias y directrices de diseño adaptables que aborden los desafíos comunes que experimentan las poblaciones neurodiversas a nivel nacional, al mismo tiempo que se establece un modelo replicable de enfoques comunitarios, interdisciplinarios y basados en datos para los estándares de accesibilidad.
Volviendo a la pregunta central de este artículo, debemos cuestionarnos si los espacios públicos actuales responden adecuadamente a las necesidades de la comunidad neurodiversa. No hay una respuesta definitiva; sin embargo, esta incertidumbre representa un avance significativo, ya que la conciencia sobre el tema está en aumento, reflejada en el desarrollo de políticas públicas y en su integración gradual en los proyectos arquitectónicos. Al ampliar el enfoque para incluir grupos generacionales más amplios y conceptos paralelos, como la biofilia, estos esfuerzos avanzan hacia un diseño más inclusivo y sensible, recordándonos que crear espacios verdaderamente acogedores requiere atención constante, colaboración y adaptabilidad.
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